jueves, 13 de abril de 2017

La mantilla española

La mantilla española

«Primorosa su delicada factura, grácil, undosa, como hálito vivo de risueña y bondadosa grandeza; ondeando caprichosamente al aireen giros y contorneos sutiles de graciosa y refinada volubilidad, bien con la traza rígida y severa de mesurado porte señoril, o con la peregrina y castiza mezcla de corrección y desgaire donde se encuentra, conforme abundante sentir la verdadera elegancia; adaptándose ágilmente a las mil variadas hechuras y tonalidades del gusto y la necesidad, esa «grave, modesta y al mismo tiempo airosa mantilla española, que el capricho de nuestras damas va sustituyendo con el descarado sombrero extranjero», esa joven pretérita de nuestro tradicional tesoro, ese perfil donoso de nuestra raza hispana, perdonando desdenes y postergaciones que le sumieron un tiempo en desdichado olvido, revive pujante hoy, con el mismo fausto y gala que derrochó antaño, recobrando la preeminencia que de derecho le correspondía en el tocado genuino de la mujer española.



Suspirando estaba por orlar con la malla esponjosa de sus blondas el rostro riente de la mozuela nubil, por rodear vaporosa su talle gentil regalándole el atractivo de un cristiano recato, por realzar arrogante la dignidad y decoro que encierra anheloso un joven corazón.



Ansiaba temblar gustosa con azoramiento imperceptible al desgranarse saltarinas por entre sus flores y alambicados ramajes las risas juguetonas del candor femenil; acompañar austera el continente sencillo y respetuoso de la honorable y linajuda dama, noble por su flamante ejecutoria y más noble aún por su proceder hidalgo y comedidamente fraternal; recatar con amorosa solicitud el rostro angustiado dé la madre que silenciosa llora, abrazada a los pies del Divino llagado, las desventuras y tristezas de su apacible hogar; realzar con su negro contorno las ternezas y pesares de inconsolable viudez; reír en las zambras, llorar en los duelos, correr la polífona gama de los gorjeos y los gemidos, del placer y del dolor, para poner siempre la nota de sana alegría, de honesto regocijo de estoica conformidad, de cristiana resignación.



Que vuelva, sí, que vuelva la clásica mantilla. Sacadla del joyel en que se encierra como dulce remembranza del pasado. Removed con ella las sublimidades y grandezas en cuyo ambiente pudo ufanarse gallardamente. Que al reclamo ineludible de su arrogante figura surjan las viejas y enaltecedoras tradiciones que honra y orgullo fueron de nuestra Patria.



¿La veis paseándose altiva en lujosa carretela por la vía Castellana, ostentando retadora las flores de lis que prende en sus pliegues, en momentos de ardorosa exaltación dinástica? ¿No sentís cómo a su paso se conmueve España, y el cielo tranquilo de la coronada Villa amenaza turbarse, obscureciéndose con presagios temibles de interna tempestad? Es que es grande, es que es señora, está convencida de su poderío y satisfecha de su conmovedora temeridad, y sabe que, altanera, puede, bajo su imperio, remover los partidos y los reinos...



¿La veis destacando la albura de su espumoso encaje sobre la abigarrada mezcolanza, briosa de luz y de color, que bulle en la arena y los tendidos del circo, en el instante supremo de la fiesta de toros? Es que es garbosa, frescota, atrevida, sin olvidar nunca que más subido que la color chillona de los claveles reventones que luce en el pecho, será el carmín de sus mejillas cuando, a pesar de su desenfado, el atrevimiento ajeno haga salir a ellas el rubor.





¿La veis vistosa y rozagante, con gesto empero de dignísima humildad, abatirse en los días grandes de la Iglesia, ante la magnificencia y esplendor del misterio Eucarístico o la pavorosa agonía divina del Crucificado, o la ternísima y doliente soledad de la Madre afligida sobre todas las madres, la Mujer bendita entre todas las mujeres? Es que es... cristiana, muy cristiana.



Por eso exclamaba, con dejos de melancolía, el poeta, pensando en el día aciago en que desapareciese:



“Con ella se irán por siempre
la guapeza legendaria,
los aromas andaluces
y la altivez castellana,”



olvidando sin duda que algo más entrañable se iría también con ella: la fe. Y eso no ha de morir.



No, no puede, no morirá. Antes al contrario, reverdecerán los marchitos lauros, renacerán las antiguas grandezas, y con las alas potentes de la fe, de la esperanza y la caridad, volará nuestro pueblo a unirse íntimamente con la infinitud de Dios.



No desmayemos mientras ilumine las inteligencias la fe en Cristo y enardezca los corazones el patrio amor.

“Delito grave sería
renunciar a la esperanza
mientras la raza subsista,
¡mientras lleven nuestras damas
en la mantilla española
la bandera de la Patria!”»

J. Martínez Tarín

Oro de ley. 30 de marzo de 1926

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